PARTE 1
Las normas que gobiernan el mundo
laboral están cambiando. En la actualidad no sólo se nos juzga por lo más o
menos inteligentes que podamos ser ni por nuestra formación o experiencia, sino
también por el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos y con los
demás.
Estas nuevas normas pueden
ayudarnos a predecir quién va a fracasar y quién, por el contrario, llegará a
convertirse en un trabajador '"estrella".
Pero el hecho es que estas normas
tienen muy poco que ver con lo que, en la escuela, nos dijeron que era
importante porque, desde esta nueva perspectiva, las habilidades académicas son
prácticamente irrelevantes. Este nuevo criterio parte de la base de que ya
disponemos de suficiente capacidad intelectual y destreza técnica para llevar a
cabo nuestro trabajo y, por el contrario, centra su atención en cualidades
personales como iniciativa, la empatía, la adaptabilidad o la capacidad de
persuasión.
En una época que adolece de todo
tipo de garantía y seguridad laboral y en la que el mismo concepto de
"trabajo" está viéndose rápidamente reemplazado por el de
"habilidades portátiles", éstas son las cualidades que determinarán
nuestra permanencia en el puesto de trabajo y nuestra flexibilidad para adaptarnos
al nuevo mercado laboral, habilidades con una gran diversidad de términos, como
"carácter", "personalidad", "competencias" o
"habilidades blandas", en la actualidad disponemos de una comprensión
más detallada de estos talentos y de un nuevo nombre para ellas:
"inteligencia emocional”.
Una forma distinta de ser inteligente
«En la escuela de ingeniería
tenía la nota promedio más baja que jamás se había dado —me confesó el director
adjunto de una empresa de consulting— pero cuando me alisté en el ejército y
fui a la academia de oficiales, me convertí en el primero de mi promoción. Todo
depende del tipo de relación que mantengamos con nosotros mismos, del modo en
que nos relacionemos con los demás, de nuestra capacidad de liderazgo y de
nuestra habilidad para trabajar en equipo. Éstos son los elementos que, a mi
juicio, determinan la realidad del mundo laboral.»
v * La
inteligencia emocional no significa sólo "ser amable", porque hay
momentos estratégicos en los que no se requiere precisamente la amabilidad
sino, por el contrario, afrontar abiertamente una realidad incómoda que no
puede eludirse por más tiempo.
v * La
inteligencia emocional tampoco quiere decir que debamos dar rienda suelta a
nuestros sentimientos y “dejar al descubierto todas nuestras intimidades"
sino que se refiere a la capacidad de expresar nuestros propios sentimientos
del modo más adecuado y eficaz, posibilitando la colaboración en la consecución
de un objetivo común.
El grado de desarrollo de la inteligencia emocional no está determinado genéticamente y tampoco se desarrolla exclusivamente en nuestra infancia. A diferencia de lo que ocurre con el CI, que apenas varía después de cumplir los diez años, la inteligencia emocional constituye un proceso de aprendizaje mucho más lento que prosigue durante toda la vida y que nos permite ir aprendiendo de nuestras experiencias, se trata de ser más capaces de manejar sus propias emociones e impulsos, de motivarse a sí mismos y de perfeccionar su empatía y sus habilidades sociales
Antes los trabajadores de un
nivel intermedio podían ocultar fácilmente su irascibilidad o su timidez, pero
hoy en día se hace cada vez más evidente la importancia de habilidades tales
como el control de las propias emociones, el adecuado manejo de las
entrevistas, la capacidad de trabajar en equipo y el liderazgo.
En una encuesta de alcance nacional que trataba de determinar lo que demandan los empresarios de sus nuevos trabajadores, las competencias técnicas concretas no eran más importantes que la habilidad subyacente para aprender el trabajo. Pero, además de esta cualidad, los empresarios enumeraban también las siguientes:
• Capacidad de escuchar y de
comunicarse verbalmente
• Adaptabilidad y capacidad de
dar una respuesta creativa ante los contratiempos y los obstáculos
• Capacidad de controlarse a sí
mismo, confianza, motivación para trabajar en la consecución de determinados
objetivos, sensación de querer abrirse un camino y sentirse orgulloso de los
logros conseguidos
• Eficacia grupal e
interpersonal, cooperación, capacidad de trabajar en equipo y habilidad para
negociar las disputas
• Eficacia dentro de la
organización, predisposición a participar activamente y potencial de liderazgo.
Así pues, sólo uno de los siete
rasgos más valorados por los empresarios tenía un carácter académico, la
competencia matemática y las habilidades de lectura y escritura.